Los ataques de pánico y la ansiedad no son exclusivos de los adultos; también pueden afectar a niños pequeños y adolescentes. Las consultas relacionadas con estos trastornos están aumentando en frecuencia y se están presentando a edades cada vez más tempranas, según advierten los expertos.
¿Qué se entiende por un ataque de pánico? La Mag. Soledad Dawson, psicóloga especialista en vínculos familiares de la Universidad Hospital Italiano, explicó a Infobae que “una crisis se caracteriza por la aparición repentina de un miedo intenso, acompañado de síntomas físicos como palpitaciones, sudoración, temblores, dificultad para respirar y una sensación de pérdida de control”. Este tipo de episodio merece atención, especialmente cuando se repite y genera preocupación tanto en el niño como en su entorno.
Algunos niños describen la experiencia de un ataque de pánico como si estuvieran atrapados en una situación peligrosa, sintiendo que algo terrible les está sucediendo, como si estuvieran perdiendo el control de su cuerpo, sufriendo un ataque cardíaco o incluso muriendo. Gemma Sicouri, investigadora postdoctoral senior clínica en UNSW Sydney, y su equipo, en un artículo para The Conversation, señalaron que “existe un mito común que sostiene que estos episodios solo ocurren en adultos, pero las investigaciones muestran que este no es el caso”. Aunque son menos frecuentes en adolescentes, los niños también pueden experimentar ataques de pánico. Estudios indican que entre el 3% y el 5% de los niños sufren de estos episodios, que pueden comenzar a cualquier edad, aunque generalmente aparecen entre los cinco y los 18 años.
La doctora Silvia Ongini (MN 69.218), psiquiatra infanto-juvenil del Departamento de Pediatría de Clínicas UBA, explicó que las manifestaciones de ansiedad en los niños pueden observarse de diversas maneras. Estas incluyen intranquilidad, llanto frecuente, dolores que no responden a causas médicas (como el famoso ‘dolor de panza’), alteraciones del sueño, morderse las uñas, moverse con inquietud, hiperalerta, y miedos exagerados para su edad, como el miedo a dormir solos.
La doctora Ongini también describió que en los niños, los signos de alerta pueden incluir irritabilidad excesiva, dolores de cabeza o estómago, dificultad para concentrarse sin una causa aparente, berrinches recurrentes y cambios de humor, así como un apego excesivo hacia los padres. Además, pueden evitar situaciones o espacios que generan presión, dejando de realizar actividades que antes disfrutaban.
Para distinguir un ataque de pánico de una situación extrema, la especialista indicó que “es un punto demasiado alto que muchas veces viene acompañado de la sensación de muerte inminente, síntomas fisiológicos y físicos como taquicardia y falta de aire”. Si se observa a un niño o adolescente en tal estado de ansiedad, es recomendable pedir ayuda y mantener la calma, sin devaluar la manifestación emocional del adolescente.
La doctora Ongini afirmó que, en general, los estímulos deben ser siempre acordes a la situación. Sentirse solo, tener miedo a morir o tener un ‘capricho’ puede tener un detonante específico cercano, como la imposición de límites o la prohibición de alguna actividad deseada. La angustia y/o las manifestaciones somáticas conductuales pueden estar asociadas a ideas o suposiciones sobre lo que podría suceder si se enfrentan a eventos traumáticos, como han observado otros pares de referencia.
La especialista destacó que se requiere intervención cuando la desesperación es alta, lo que puede llevar al uso de medicación, afectando el rendimiento y el juego. “Estos episodios pueden disminuir la autoestima de los niños, ya que terminan desconfiando de sí mismos. Por lo tanto, es mejor no esperar pensando que ‘va a desaparecer’ si los episodios son sostenidos en el tiempo; es necesario buscar ayuda profesional”, agregó.
En cuanto a la respuesta fisiológica del ser humano ante determinados estresores, la doctora Ongini explicó que “no se trata de prevenirla, sino de estar atentos a que no sea tan excesiva que limite el funcionamiento y la calidad de vida”. Para prevenir, es importante compartir tiempo de calidad, regular el uso de pantallas y ser claros sobre cuáles son los contenidos que se consumen según la etapa de maduración de los niños.
La especialista recomendó prestar atención a los niños, escucharlos y preguntarles qué les sucede, así como conocer los distintos ámbitos que frecuentan (colegios, clubes, colonias, etc.), para poder dar respuestas asertivas cuando se observan desregulados. Si un niño atraviesa un episodio de ansiedad, se sugiere hablarle en un tono amable y pausado, llevarlo a un espacio tranquilo y ofrecerle un vaso de agua, explicándole que esos sentimientos son pasajeros y no peligrosos.
Se puede intentar ayudar al niño a distraerse utilizando la regla 3-3-3, que consiste en pedirle que nombre tres cosas que pueda oír, ver y tocar.
Entre las recomendaciones para prevenir el desarrollo de la ansiedad en los niños, se sugiere revisar la cantidad de actividades que realizan, garantizar tiempos de descanso y juego, y moderar las constantes exigencias del ambiente. “Los niños reproducen lo que ven a su alrededor. Si queremos que bajen el ritmo, debemos desacelerar el entorno”, enfatizó la doctora Ongini.
Otras recomendaciones incluyen discriminar el ocio, compartir comidas y establecer rutinas que permitan abordar la infancia de manera que se implementen hábitos graduales y sostenibles, entendiendo que el bienestar construye comunidad. La escucha atenta y la reducción de exigencias pueden marcar una diferencia significativa, reservando el uso de recursos como la medicación como último recurso y bajo supervisión.


