El síndrome de piernas inquietas (SPI) es un trastorno que se caracteriza por una necesidad imperiosa de mover las extremidades inferiores, que generalmente se acompaña de molestias al estar en reposo, especialmente durante la noche. Esta afección, también conocida como enfermedad Willis-Ekbom, puede manifestarse en cualquier etapa de la vida y tiende a agravarse con el tiempo, lo que puede dificultar el descanso nocturno y afectar la actividad diaria de quienes la padecen. Cada 23 de septiembre se conmemora el Día Mundial del Síndrome de Piernas Inquietas, una jornada dedicada a sensibilizar sobre los síntomas, las alternativas diagnósticas y las posibilidades terapéuticas para las personas afectadas. La Cleveland Clinic estima que el SPI tiene una mayor prevalencia en mujeres mayores de 50 años, lo que resalta la importancia de visibilizar esta condición y fomentar el acceso a información y atención médica adecuada.
Según Mayo Clinic, los síntomas del SPI suelen aparecer durante períodos de inactividad o antes de dormir, y tienden a aliviarse temporalmente al mover las piernas. Como indican los especialistas, “la sensación disminuye con el movimiento. Estirarse, mover las piernas o caminar puede mejorar los síntomas”. Desde los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés) advierten que el síndrome puede causar despertares frecuentes, dificultad para conciliar el sueño y somnolencia diurna. Estas alteraciones no solo repercuten en el estado de ánimo, sino que también afectan el rendimiento diario y la concentración. Un informe de Harvard Health detalla que “el disconfort está acompañado de una imperiosa necesidad de aliviar el malestar de forma temporal”. Las molestias suelen presentarse en ambos lados del cuerpo y, en algunos casos, pueden extenderse a los brazos. En muchas ocasiones, el SPI se acompaña de movimientos involuntarios periódicos de las extremidades durante el sueño, conocidos como movimientos periódicos. Según el NIH, “estos episodios pueden producirse cada 15 a 40 segundos y durar toda la noche”, lo que interrumpe tanto el sueño del paciente como el de su compañero de cama.
Las causas del síndrome de piernas inquietas no están completamente identificadas. De acuerdo con los investigadores, “se sospecha que se debe a un desequilibrio de la dopamina en el cerebro, un químico que controla los movimientos musculares”. Además, se ha observado que la condición puede presentarse en familias, especialmente en aquellas donde se han desarrollado casos a lo largo de los años. También se añade que “los niveles bajos de hierro en el cerebro pueden ser responsables” y existen variantes genéticas asociadas al trastorno. Algunos factores y enfermedades pueden agravar el síndrome, entre los que se enumeran la insuficiencia renal, el embarazo (especialmente en el tercer trimestre), la diabetes, la neuropatía periférica y la anemia por deficiencia de hierro. Además, se relaciona el consumo de alcohol, nicotina y cafeína, así como ciertos medicamentos como antidepresivos y antihistamínicos.
El impacto del SPI en la vida cotidiana es amplio. La interrupción crónica del sueño puede conducir a la fatiga, déficit de atención, depresión y ansiedad. También puede haber consecuencias indirectas, como dificultades en la memoria, la productividad y las relaciones personales. En casos leves, los síntomas pueden presentarse esporádicamente, pero si progresan, pueden manifestarse más de dos veces por semana, lo que impide un adecuado descanso y afecta la calidad de vida a largo plazo.
En cuanto al diagnóstico y los tratamientos disponibles, no existe una prueba específica para diagnosticar el SPI. El proceso se apoya en la evaluación del historial clínico, los antecedentes familiares y los exámenes físicos neurológicos. Se pueden solicitar análisis de sangre para descartar deficiencias de hierro, anemia y trastornos metabólicos. En ocasiones, puede ser necesario realizar estudios para identificar otros trastornos asociados. Sobre el abordaje terapéutico, se informa que el primer paso es tratar las condiciones subyacentes, como la insuficiencia renal. Si se puede corregir la causa, el tratamiento se centra en modificar el estilo de vida y, si es necesario, en el uso de medicamentos. “El tratamiento depende de la severidad de los síntomas. En casos leves, se recomienda ejercitarse, estirarse, masajearse o bañarse en agua caliente para aliviar el malestar”, señala Health. Entre los fármacos disponibles, las principales instituciones mencionan anticonvulsivos como la gabapentina y la pregabalina, así como agonistas dopaminérgicos como el pramipexol y el ropinirol, además de suplementos cuando están indicados. Es importante tener en cuenta que los síntomas pueden empeorar con el tiempo, por lo que se debe realizar un monitoreo cercano. En casos graves y refractarios, se puede recurrir a opioides en bajas dosis. Las estrategias farmacológicas juegan un papel fundamental en el tratamiento del SPI. Se recomienda evitar la cafeína y el tabaco, junto con la adopción de rutinas regulares, la realización de ejercicio moderado y masajes con calor local, que forman parte de las recomendaciones difundidas. Actualmente, se están investigando tecnologías que permiten la activación muscular mediante dispositivos como TOMAC y almohadillas vibratorias.


